sábado, 17 de diciembre de 2011

De nuevo en México

Llegué a México hace algo menos de  dos meses; venía de Guatemala, donde pasé alrededor de cuatro semanas. Del lago Atitlán viajé, cuando las lluvias torrenciales me lo permitieron, hasta Retalhuleu, donde pasé unos días con mi amigo Sebas, su novia, las hermanas de ésta, sus hijos/as y sus sobrinos/as. Fueron días divertidos y llenos de anécdotas que ya os contaré de viva voz cuando nos veamos. Algunos titulares serían: "una gallina en mi cama", "subida al volcán Santa María", "sin dinero en Reu" y "huida a media tarde".

Ya en México viajé de Tapachula a San Cristobal,  donde quería pasar un par de días con Angelita y otros amigos/as artesanos/as. Los dos días se transformaron en diez, porque San Cristobal atrapa si te dejas. Es una ciudad colonial, bonita, colorida, con mucha actividad artística y cultural, y un enorme trasiego de gente que está de paso: turistas, viajeras/os, artesanos/as, músicos/as, observadores de los derechos humanos que desde la ciudad saltan por breves temporadas a comunidades zapatistas, etc.

En San Cristobal retomé el asunto de los grabados y la venta callejera. No vendí mucho pero alguna cosilla cayó y me gustó tener de nuevo una pequeña rutina. Me gusta la calle y me resultó muy agradable pasar las horas con Ángela, a la que hacía tiempo que no veía, y Christoph, al que conocí esos días, atendiendo los respectivos parches (puestos) y platicando sobre lo divino y lo humano. Ángela vende artesanía en fieltro y alambre, y Chris, mazapanes, mermeladas y otras delicias orgánicas preparadas en Tzajalá, una comunidad pequeña situada en los Altos de Chiapas, a una hora y media de San Cristobal. Luego hablo más sobre ella. 

En la calle conocí a mucha gente. La "bandita" (mochileros/as, músicos/as , artesanos/as y otros personajes curiosos) es buena onda y enseguida me sentí parte de ellos/as. Es bonito descubrir que en los márgenes del sistema está la figura del viajero/a, que trabaja para vivir y no lo contrario. Más específicamente, trabaja para vivir viajando. Ingredientes importantes en su día día se vuelven el cambio constante, la aventura, la incertidumbre, la creatividad y el vivir con muy poco. Uno hace figuras de alambre y las da a cambio de una colaboración voluntaria, otros tocan la guitarra, trompetas, saxo, batería, armónica u otros instrumentos en bares, la calle o los autobuses, otras hacen malabares o bailan cariocas en los semáforos, muchos/as hacemos y vendemos artesanía de diverso tipo, hay quien da masajes o clases de yoga, está la que teje bikinis, la que hace chalinas, el que construye didgeridoos con tubos de pvc y trata de venderlos. También está la mujer-planta, una chavala que se disfraza de planta y cuenta cuentos en la calle, la que consigue un trabajo provisional de mesera o de repartidora de flyers para juntar plata y seguir su viaje, quienes hacen lo mismo apoyando en hostales de mochileros o quienes se sacaron la licencia de dive masters y hacen temporada en algún lugar de costa trabajando como profes de buceo. Sólo son algunos ejemplos pero la diversidad es grande; cada cual hace lo que sabe para ganar el dinero suficiente para pagar la comida y dormida de eso días, alguna chela u otros caprichos, y/o ahorrar un poco si la cosa se da bien. 

Volviendo a esos días en San Cristobal, os cuento que fueron días agradables y bastante callejeros. Además de pasar tiempo en la calle con el parche, visité un proyecto de escuela alternativa muy interesante llamada Pinguinos, asistí a un concierto gratuito de Lila Downs, visité el panteón de San Juan Chamula en el Día de Muertos y disfruté contemplando los hermosos altares escalonados que adornan casas, negocios, escuelas, en ese día y las vísperas, para honrar a los muertos y representar, a través de los distintintos niveles, las estapas que el alma del difunto deberá atravesar para conseguir el descanso eterno.

Esos días me alojé en el Tata Inti, un hostal barato, agradable y lleno de viajeros/as de múltiples procedencias. Fue interesante y divertido compartir comidas, pláticas y salidas con la gente del Tata.

De San Cristóbal tiré para Tzajalá, la comunidad que mencioné antes, y pasé un par de semanas como voluntaria en Ha Omek Ka, un lugar precioso y habitado por gente buena, donde se cultiva orgánico, se elaboran artesanalmente productos medicinales y de alimentación natural, se celebran temascales y otras prácticas meditativas y espirituales y se convive con la naturaleza y el resto de la comunidad, mayoritariamente indígena, de una manera armoniosa y sinérgica. Aquí va el enlace de otro blog que he encontrado en la red y que explica más detalladamente el proyecto: http://www.comuntierra.org/site/comunidades.php?id=76&id_idioma=3. Espero que a Ryan y Leticia, sus autoras, no les importe.

En Ha Omek Ka dedicaba las mañanas a colaborar en tareas comunitarias (cocina, huerto, siembra de flores, cultivo de hongos, orden y limpieza de talleres y otros espacios colectivos) y las tardes a trabajar en mis grabados. Fueron días bonitos e intensos. Fue en Ha Omek ka donde participé en mi primer temascal, una práctica ritual de origen maya donde se simboliza el origen de la vida en el vientre de la madre tierra.

De Tzajalá viajé a Oaxaca, pasando antes un par de días de nuevo por San Cristobal. En Oaxaca estuve cuatro o cinco, disfrutando fundamentalmente de la compañía de Alessandra y de la de Jorge, ambos amigos recientes a los que he tomado mucho aprecio, y de ahí me vine a Guadalajara, pasando por el DF.

El episodio de Guadalajara merece una entrada aparte, así que por ahora aquí dejo el relato del viaje, y prometo retomarlo pronto para contar esta última parte.

En el Tata Inti, San Cristobal

Venta callejera con Ángela en San Cristobal

Con María y Ángela en San Juan Chamula, Día de Muertos

 Pantéon de San Juan Chamula en Día de Muertos


Entrada a Ha Omek Ka, en Tzajalá, Altos de Chiapas

Hierve el Agua, Oaxaca. Al fondo, cascadas petrificadas





 Mitla, Oaxaca

Con Jorge, en la ciudad de Oaxaca