miércoles, 18 de mayo de 2011

A orillas del lago Atitlán e historia de Pedro

Entre el 2 y el 17 de mayo he estado moviéndome por la zona del lago Atitlán. Los primeros días estuve en San Marcos, donde me puse en contacto con la Cambalacha, una asociación que trabaja con niñas y niños a través de las artes y la creatividad. Luego comento más en otra entrada.

San Marcos es un pueblo bonito y  más bien tranquilo... del que enseguida me harté, por el turismo. Es un turismo consumidor de productos y actividades "espirituales": cursos de yoga, meditación, masaje tántrico o del que se te ocurra, reiki, taichi y un largo etcétera, y que en términos generales no se mezcla con los locales, salvo para comprar unos tomates o un aguacate maduro en el mercado. Se aloja en una zona muy determinada, bonita, cuidada, donde todos los hoteles y negocios están en manos de extranjeros, ya sean europeos o norteamericanos, y donde casi todo el tiempo se oye hablar en inglés. Una especie de burbuja idílica para algunos/as. A mí, la verdad es que me resultaba muy artificial.

La mayor parte del dinero que entra en San Marcos a través de la hostelería, queda entonces, por desgracia, en manos extranjeras. Como turista es difícil salirse de esta dinámica porque no parece haber alternativa ofrecida por los locales, kakchiqueles. Éstos trabajan en en el servicio doméstico, tareas de mantenimiento u otros empleos del estilo para aquellos negocios extranjeros, y al menos a nivel superficial no parece que toda esta historia (que a mí me sabe un poquito colonialista) genere tensiones entre unos y otros.

Por su parte, muchos comerciantes locales, que tampoco son tontos y que ven en los turistas puros dólares con patas, cobran precios un tanto abusivos por los productos que venden o los servicios que dan a los turistas. Los trayectos en lancha de un pueblo a otro del lago son un claro ejemplo de ello.

Después de pasar unos días en San Marcos, agarré mis cosas y me fui a Santiago. Me acompañó Valentina, una voluntaria suiza de la Cambalacha con la que hice buenas migas. Dio la increíbe casualidad de que uno de los días que estuvimos allí fue el del cambio de casa de San Simón o Maximón, que es una divinidad veneradísima en la zona, ejemplo curioso de sincretismo  religioso (mezcla de la tradición maya con la católica, impuesta por los españoles en la conquista), y que se aloja en casa de un cofrade cada año. El domingo 8 de mayo le cambiaban de casa y tuvimos la suerte de poder estar en la procesión que lo llevaba de una casa a la otra. 

En San Pedro pasé también un par de días. Aquí sí parece ser que ha habido tensiones muy grandes entre extranjeros y turistas pues una parte del turismo que llega a la zona se dedica a beber y a consumir drogas, según me cuentan. Pero no son los únicos, puesto que una parte de la juventud local parece que les secunda. Esto provocó una fuerte reacción de rechazo de parte de los locales hacia los propietarios extranjeros de algunos negocios. No sé mucho más sobre el tema pero creo que ahorita la cosa está más tranquila.

Uno de los días que estuve en San Pedro,  salí a las 4am del hostal para subir hasta la Nariz del Indio, un monte con esa forma, desde el que se divisa el lago  Atitlán y algunos de sus pueblos. Increíble la vista y el amanecer desde ahí arriba.

En la caminata de regreso Pedro, el guía, me cuenta su historia. Ahí va:

Pedro nació hace 44 años a orillas del lago.  Es indígena tzutujil. Su padre murió a los pocos de nacer él y su madre estaba  un poco limitada por una ceguera, de manera que le tocó trabajar desde muy pequeño. Se levantaba a las 4.30 de la mañana y se iba al campo a cuidar las tierras de frijol y maiz, evitando que los pájaros se comieran el grano. No podía ir a la escuela pero le hubiera encantado.

A los 12 años no sabía leer ni escribir, ni tampoco hablaba una palabra de español. Un amigo le enseñó un poco un día con lo que tenían a mano, que era un diario (el Prensa Libre, que todavía se edita). También le escribió el alfabeto en un papel y le dijo que lo estudiara. Poco a poco Pedro aprende los rudimentos.

A los 18 años se alista en el Ejército; en casa pasaban hambre y su hermano le explica que allí, en el Ejército, se come tres veces al día y te dan un salario. Esto le basta a Pedro para pasar 5 años combatiendo como soldado en  la guerra. "Sufrí mucho estos años", dice. Ganaba 25 quetzales al  mes, lo que hoy equivaldría a unos 1000, según me dice. En euros, en torno a 100... muy poco dinero.

Cuando le pregunto qué opina de la guerra, mirando con perspectiva, me dice: "Con los años me dí cuenta de que la guerrilla tenía razón: luchaban por los pobres". Él luchó en el bando contrario, como soldado del Ejército. Sin dramatizar se excusa: "Yo no tenía estudios, no sabía nada".

Lo bueno de aquellos años fue que mejoró su nivel del lecto-escritura y su español porque les daban clases todos los días; algo bueno tuvo el Ejército... Ahora su empeño es dar a sus hijos lo que él no tuvo: estudios.

El mayor de sus hijos hizo la básica y empezó a estudiar para maestro pero se desalentó al ver las cifras de paro en el sector y abandonó los estudios. Se gana la vida honradamente como lanchero y parece que le va bien. Al segundo sí que le gusta estudiar y cuenta con el apoyo de su padre. A cambio, me dice Pedro, le pide que sea obediemnte y colabore activamente en las tareas domésticas. "Tú me ayudas y yo te ayudo",  le dice Pedro a su hijo. Los dos más pequeños también parace que van a gusto a la escuela.

Desde hace unos años Pedro trabaja en Asuantur, una cooperativa de guías turísticos de la zona que tiene su base en San Pedro (su oficina es una caseta de madera en la bajada al embarcadero de las lanchas que van a Panajachel). Según me cuenta, y lo puedo constatar por el servicio que me da como guía, la cooperativa es seria y funciona bien.

También me cuenta que por iniciativa de Asuantur, además del trabajo habitual de los socios como guías, organizan de vez en cuando recogidas masivas de basura en torno al lago. Qué bien.

De San Pedro atravieso el  lago hasta Panajachel, donde paso seis días, de los que hablaré en la siguiente entrada.

Antes de eso, adjunto unas fotos...

 Procesión de Maximón o San Simón, en Santiago Atitlán

  Ídem

 Ídem 

 Ídem 

Ídem

 Lago Atitlán desde las rocas de San Marcos

 Costurera simpatiquísima de San Pedro, no recuerdo su nombre

 Mi visión de San Pedro... día y noche


 Amanece nublado sobre el lago (desde la   Nariz del Indio)

 Caminata de regreso desde la Nariz del Indio

Pedro en un maizal. Atención al machete!


 Cafetal

Posando con Ana, una niña que conocí en Santiago
















2 comentarios:

  1. hola Maria que estorias, fotos y dibujos mas bonitos. Gracias por escribir. me parece un otro planeta. gracias por compartir. No he intendido bien el dibujo del dia e de la noche. Se bebe mucho por la noche , esto es?
    un abrazo enorme, te mandamos mucha luz e amor. Liuba&Indiana

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  2. María, yo pensaba que el yoga no era tan turístico. Pero este es uno de los textos que más me gustan, todos son buenos y bonitos, pero este me obliga a pensar un poco más.

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